72 días con Begoña - Eva Domínguez

25.5.20

72 días con Begoña


El sábado 14 de marzo de 2020 cerramos las puertas de casa, tras decretarse el estado de alarma por el coronavirus. Íbamos a tomarle las medidas a un espacio doméstico nuevo para nosotros al que  habíamos llegado hacía unos meses después de 15 años en El Masnou. 

Fue una decisión meditada y buscada, acompañada a partes iguales de ilusión y tristeza. Cerrábamos una etapa en la que respirábamos el salitre del mar al volver cada día del trabajo desde Barcelona. Cambiamos el horizonte azul de nuestra ventana por las vistas de un patio de vecinos de Sant Antoni. Veíamos balcones y terrazas con plantas y el patio de un colegio que multiplicaba el eco de las voces de los niños y niñas a la hora del recreo. No conocíamos a casi nadie. Somos nuevos en el vecindario. 

Ese sábado se decide salir a las ocho de la noche a aplaudir a todos los trabajadores de los servicios sanitarios, que se van a enfrentar a semanas de infierno en los hospitales. Es noche cerrada. No vemos a casi nadie. Solo a los más cercanos. Cuando el aplauso se mitiga, se oye una voz de soprano. Su voz crece, se eleva y vuela por todo el interior de manzana, envuelta en un silencio reverente. Al acabar, se oye un estruendo de aplausos. La cantante de ópera Begoña Alberdi, desde la ventana de su vivienda, situada a dos bloques a mi derecha, en un impulso imprevisto, ha comenzado sin saberlo un ritual diario que durará 72 días.

El ritual se va forjando a medida que pasan los días. El primero aún no sabemos quién es. El segundo descubrimos su nombre. Como periodistas, no podemos evitar pensar que merece salir en los medios. Hacemos lo que nos corresponde. No somos los únicos que lo han pensado. Pronto, salen varios reportajes. 

La liturgia comienza cada día a las ocho y cinco, tras los aplausos. Begoña canta a capela con una voz que sobrecoge. En cuanto acaba se oye un bramido de aplausos, bravos y gracias desde todos los puntos cardinales del pequeño universo del patio de manzana. Ella también da las gracias y promete volver al día siguiente. 

Otro día, a la canción inicial, Begoña añade el Brindis de la Traviata de Verdi. El ritual va adquiriendo su código compartido. Al principio lo canta sola, pero poco a poco conseguirá que marquemos las palmas (con mucho desacierto) y tararearemos (o lo parezca) el coro. 

En otra ocasión, se añade una felicitación de cumpleaños. A partir de aquí, día sí, día no, sabremos que algún vecino ha cumplido años. Diría que hemos felicitado todas las décadas y un nacimiento. 

La felicitación de Begoña hace mucha ilusión. En casa lo sabemos porque Jose celebró su cumpleaños en confinamiento. Ese día, lo retransmití en directo por Facebook para que la familia y los amigos lo pudiera ver y escuchar el Happy Birthday. 

El día del cumpleaños de Jose llovió. Ha llovido algunos días mientras Begoña cantaba. Algunos vecinos que aparecen en las terrazas o en los patios interiores salían con paraguas o chubasquero y la escuchaban bajo la lluvia. 

Al comienzo de esta ceremonia diaria salíamos abrigados y a oscuras. De pronto, con el cambio de hora, nos vimos las caras. Se perdió misterio y ganamos cercanía. 

El ritual se fue consolidando. Tras la primera intervención, cumpleaños y brindis de la Traviata. Íbamos cogiendo el ritmo de las palmas. Begoña anunciaba en Facebook por la mañana el tema escogido, así que ya sabíamos el repertorio antes del concierto. Además, muchos días organizaba charlas en directo por Youtube sobre distintos temas relacionados con su profesión. También recibía peticiones. 

Incorporó música. El ritual era ya un miniconcierto con amplio repertorio. No solo arias de ópera, también musicales. Todos los sábados O Mio Babbino Caro, una aria de Puccini con la que comenzó el primer sábado. Begoña la ha cantado más de mil veces en su carrera y la ha convertido en el himno de nuestro confinamiento compartido. 

El ritual con Begoña ha marcado nuestros tempos. Con la familia y los amigos, hablábamos por videoconferencia justo antes o después de Begoña. También nos hemos conectado en directo, como muchos otros vecinos, para que pudieran escucharla. Mi hermana, desde Andorra, me pedía el aria cada día, así que también conecté a la familia. 

Hoy, día 72 del confinamiento, ha acabado el ritual. Los vecinos hemos salido con puntualidad prusiana a aplaudir a Begoña. El patio estaba lleno de pancartas dándole las gracias. Ha comenzado con Nessun Dorma de Turandot. La había cantado un par de veces antes, creo recordar, pero ninguna me ha sobrecogido tanto como hoy. He llorado. 

Ha felicitado un cumpleaños y un aniversario de boda, 56 años juntos. El de los señores elegantes, como los llamamos, porque saben cómo ir vestidos a la ópera. Después ha cantado O Mio Babbino Caro y ha cerrado con el Brindis de la Traviata. 

Hoy, en manga corta, con la luz del sol todavía iluminando el balcón se ha acabado un ritual de 72 días ininterrumpidos que ha sido un bálsamo en el confinamiento. 

Siento que me han crecido raíces y he arraigado como una planta en esta manzana de Sant Antoni, abonada por el cariño y la generosidad que se ha compartido con el ritual de Begoña. 

Dicen que las emociones son energía y que el agradecimiento y el amor son de las más elevadas. Este domingo 24 de mayo ha tenido un pico de alta intensidad. Una vez más, gracias, Begoña.